RAZONANDO MI VOTO PARA LAS ELECCIONES PRESIDENCIALES DE 2006


27 junio 2006



Los candidatos y su entorno
Después de analizar con detenimiento a los cinco candidatos presidenciales, sus perfiles personales, sus partidos y sus largas campañas, me quedo con la sensación de que ninguno de ellos amerita el que yo le otorgue mi voto.

Patricia Mercado tiene claridad en varios aspectos y no parece ser una persona conflictiva. La considero una mujer inteligente, con una visión amplia. No estoy cierto de que tenga convicciones firmes; me da la impresión de que enarbola algunos temas de principios y los maneja como ideario político pero con el propósito de hacerse de adeptos. Carece, en mi opinión, de oficio político. No es lo mismo ser un buen argumentador que ser un líder que maneje las riendas de un país. Desde luego, no se ve quiénes podrían conformar su equipo; se ignora por completo si quienes la acompañaran en el gobierno tendrían realmente la capacidad del manejo de todas las dependencias que integran los gabinetes del Ejecutivo, además de otras posiciones claves de inferior nivel que normalmente son designadas por el Presidente de la República.

Roberto Campa parece más fresco y hasta menos amañado que sus colegas varones de la contienda, sin embargo, su cercanía con Elba Esther Gordillo y su imposición por parte de ésta le quitan toda credibilidad, independientemente de que no se diera la coalición con el PAN que muchos le atribuyen. Con este solo hecho es claro que sus convicciones no son del todo sanas. Tampoco es alguien que tenga la capacidad de integrar un equipo de trabajo que controle y le responda a él; por sus antecedentes priístas lo lógico es pensar que la mayor parte de éste provendría de esas filas y no se sabe de personas que le rodeen con grandes capacidades y virtudes.

Estos dos candidatos, Mercado y Campa, han obtenido hasta el momento un porcentaje muy bajo en las encuestas de preferencia electoral que se han venido haciendo. En otras palabras, tienen escasísimas probabilidades de ganar ellos las elecciones, incluso está en riesgo su permanencia como partidos, sobre todo Nueva Alianza, de Campa, dado que el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE) exige un 2% mínimo de la votación. Hay quienes argumentan que un voto a favor de ellos por considerarlos candidatos menos malos que los tres restantes, sería un voto desperdiciado, no útil.

Yo no daría mi voto a ninguno de estos dos, pero no por la razón del voto inútil, sino porque considero que, independientemente de sus deficiencias y carencias como candidatos, nos están mintiendo, no son confiables. Es evidente que dado su bajo nivel de aceptación en realidad están fingiendo una contienda presidencial que saben que no van a ganar y solamente están aprovechando una de las deficiencias de nuestro sistema electoral. Resultan ridículas las promesas que hacen “en caso de llegar a la presidencia”. Más bien están luchando por mantener el registro de su partido. En mi opinión ellos no deberían contender por la presidencia. Creo que no es válido hacer un gasto tan fuerte en sus campañas presidenciales a sabiendas de que se está desperdiciando, sobre todo frente a las carencias tan enormes que tenemos en el país en muchas áreas. La reglamentación electoral debería establecer un requisito mínimo no sólo para mantenerse como partido político, sino también para poder participar en contiendas electorales presidenciales, de congreso federal, de congreso local y de presidencias municipales, es decir, los partidos nuevos y pequeños deberían acrecentar su participación en las votaciones hasta llegar a un nivel, que debería ser alto, en el que sí puedan contender por la presidencia.

Habrá quien diga que para eso existen las alianzas, para que los partidos sumen fuerzas y den gobernabilidad al sistema. Pero creo que las alianzas partidistas son una grave distorsión de los regímenes democráticos, porque no son otra cosa que entendimientos no necesariamente sanos, que pasan por encima de las plataformas ideológicas de los partidos, las cuales constituyen supuestamente la esencia de su acción política. Si se analiza profunda y detenidamente desde un punto de vista ético este fenómeno de las alianzas, se concluiría que se trata de una forma de prostitución de la política.

Por otro lado, los partidos que sustentan a Mercado y a Campa, Alternativa Socialdemócrata y Campesina y Nueva Alianza, respectivamente, son organizaciones estructuralmente débiles todavía. Alternativa no incluye en su sitio de internet datos de su creación (de hecho, curiosamente el Partido no tiene propiamente un sitio, sólo la candidata Mercado y las representaciones estatales existentes); se presenta como partido de izquierda moderna. Nueva Alianza, por su parte, según su sitio de internet, inicia su proceso de conformación en octubre de 2004 y obtiene su registro del Instituto Federal Electoral (IFE) el 1º de agosto de 2005; se identifica como un partido democrático que asume que la economía de mercado es la forma más eficiente de organizar las relaciones económicas. Ambos partidos han mostrado muchas evidencias de desorganización, divisionismo interno y falta de coherencia, lo que hace dudar que su ideología y plataforma políticas sean sólidas, por lo menos hasta ahora.

Las campañas de los dos candidatos han sido grises porque no pueden ser de otra manera. Su pequeñez los elimina casi en automático de una contienda pareja. Y no tienen nada sobresaliente que pudiera ser rescatable o que pudiera inducir a una consideración diferente.

De los restantes tres candidatos el contexto es diferente. Ninguno me convence como candidato. Madrazo, Calderón y López Obrador tienen una carga de evidencias en contra muy pesada que los colocan como personas mentirosas, deshonestas e incapaces. Si estos calificativos sonaran muy ásperos, se podría decir que ninguno de ellos tiene el perfil recto que cualquiera esperaría de un Primer Magistrado. Sus trayectorias son más bien zigzagueantes, acomodaticias y sus propuestas no son convincentes.

Roberto Madrazo Pintado, 53 años, es un representante típico del priísmo viciado, truculento, una gente que no reaccionó ante la derrota que sufrió su Partido en las elecciones presidenciales pasadas. Su gobierno en el Estado de Tabasco fue un tradicional gobierno priísta. Su manipulación del Partido y de los procesos lo muestran como un gobernante que mantendría los mismos vicios que caracterizaron la etapa priísta. El voto duro de Madrazo son los viejos priístas y los que mantienen esperanza de una resurrección que les devolvería las añoradas prebendas del poder perdido. El voto útil es el que provendría de quienes rechazan cualquier posición de derecha y de izquierda, es decir los que no quieren a Calderón ni a López Obrador y tampoco pretenden desperdiciar su voto con los dos candidatos minoritarios.

Felipe Calderón Hinojosa, 43 años, panista por herencia familiar, aparenta una imagen de gente decente, preparada, con aspiraciones legítimas. Para muchos tiene la mejor imagen pública de los tres candidatos principales. Como funcionario público no demostró ninguna capacidad especial de conducir las instituciones por las que pasó. Como legislador tampoco sobresalió en la función; sólo se percibe que su paso por el Congreso ha constituido un peldaño en su búsqueda del poder. Su voto duro proviene de panistas tradicionales, los más comprometidos con el Partido, los que son favorecidos con el status quo. Su voto útil es el que le daría el triunfo y se compone de las personas que, sin estar de acuerdo con él o su Partido, realmente le tienen miedo al PRD-López Obrador y están hartos del PRI-Madrazo. Hacia este grupo dirigió principalmente su campaña.

Andrés Manuel López Obrador, 52 años, priísta renegado, ha manejado causas que lo exhiben como populista, enemigo de los ricos. Sus antecedentes lo ubican también como violento, incendiario. Si bien manifiesta un modus vivendi modesto, no es del todo congruente. Como gobernante de la Ciudad de México no fue particularmente notoria una gestión positiva. La corrupción en diversas instancias del Gobierno ni con mucho disminuyó. La inseguridad tampoco se ha reducido de manera que pudiera ser notorio el hecho, independientemente de lo que nos muestren las cifras. El voto duro que puede recibir se ubica principalmente en el Distrito Federal y en particular con la población de mayor edad que fue beneficiada con su sistema de pensión económica. Por extensión puede haber sumado a población del resto de las entidades que tendrían la esperanza de que siendo Presidente ampliara el beneficio y, en general, a la gente pobre que carece de expectativas favorables. Aunque no es contundente, por la estructuración de las encuestas, podría ser este voto el que lo ha mantenido la mayor parte del tiempo en las preferencias electorales y le podría dar el triunfo. Sin embargo, el voto útil es el que lo puede derrotar. La campaña en su contra, particularmente por parte del PAN-Calderón, ha producido temor en mucha gente y podría haber votantes indecisos que se inclinaran por otro candidato por el miedo que se les ha infundido.

Ninguno de los tres se salva de corrupción; de una o de otra manera los tres están involucrados en ella, por ejercerla directamente o por dejarla ejercer. No importa la graduación que se quiera aplicar a cada uno; la calificación moral no admite niveles, se es o no se es corrupto.

Los tres han utilizado el recurso deshonesto del descrédito de sus oponentes, muy por encima de lo que sería la exposición amplia y clara de sus programas de trabajo, que es lo que la ciudadanía necesitaba conocer para poder evaluarlos. En este juego perverso de acusación-defensa, lo que se evidencia finalmente es que forzosamente los tres mienten en alguno de los asuntos que tomaron como motivo de la acusación, lo que pone de manifiesto el carácter deshonesto de sus campañas. Calderón ha sido el que más ha recurrido a esta forma no ética de contender; hizo incluso un ajuste en su estrategia de campaña para acentuar el elemento acusatorio y le dio resultado favorable. Es decir, utilizó un recurso eminentemente publicitario con la única intención de ganar, sin importarle si el medio era injustificable. No fortaleció su imagen; denostó la de su competidor más peligroso, López obrador. Esta circunstancia los ubica a los tres como personas inmorales, no confiables, sin principios. Desde luego, esta es mi opinión, porque desde el punto de vista de la sociedad esto es relativo y depende de la medida en que la sociedad acepta la lucha sucia como una forma válida de contienda. Lamentablemente tengo la impresión de que en los hechos hay un alto grado de aceptación aunque de palabra se le repudie.

Aquí me detengo un poco para hacer la consideración de si dentro de un proceso electoral es válido utilizar la injuria. Escuché voces argumentando a favor de que el IFE no se involucrara en la calificación de las formas utilizadas en los mensajes publicitarios y sustentándose en que en otros países, como Estados Unidos –como si éste fuera un modelo de democracia, es aceptada, así como también que es aceptable que los funcionarios en activo hagan proselitismo por su partido. Consciente de que es un terreno de arenas movedizas, pienso que como en toda contienda -deportiva, cultural, académica y la política no tiene por qué ser la excepción- debe haber reglas de participación y de comportamiento, como sería en el caso de las deportivas el evitar los golpes bajos. ¿No estamos buscando la democracia? ¿La democracia verdadera acepta la guerra sucia? ¿Qué queremos entender por democracia en realidad?

Si es evidente para mí que toda la campaña por la presidencia ha estado plagada de mentiras, argucias, mañas; ¿Qué puedo esperar de cualquiera de estos personajes cuando llegue a la Presidencia de México? ¿Cómo puedo votar por alguno de ellos? ¿Cómo puedo votar por alguien que me mintió? ¿Cómo puedo votar por alguien que no es honesto, que no tiene principios? ¿Cómo puedo votar por alguien que ha evidenciado que no tiene la capacidad de gobernar porque no ha mostrado dotes conciliadoras y carece de la visión de futuro que necesita el país?

La anulación del voto
En este nivel y ante este panorama, mi inclinación sería por no votar, sin embargo, soy consciente de la obligación que tenemos los ciudadanos de hacerlo, aunque no exista ninguna sanción por no hacerlo, que entre paréntesis, debería haberla, dado que todo derecho conlleva una obligación. Yo estaría a favor de ello. En este sentido he pensado como opción válida la anulación del voto, con lo cual estaría haciendo manifiesta mi inconformidad con todos los candidatos contendientes. Varias personas me han argumentado que esta posición es irresponsable e inútil; que a nadie beneficia y que perjudica al país, pero ninguna me ha podido explicar por qué con argumentos válidos. Yo replico que por qué tengo que elegir forzosamente a uno si ninguno cubre mis expectativas; si yo estoy eligiendo a una persona entre varias como colaborador y ninguna cumple el perfil y no me convence, no contrato a ninguno. Creo que el caso de la presidencia del país es bastante más importante y delicado como para poner en el puesto a alguien incompetente, en toda la extensión de la palabra.

Lo malo de esta opción es que actualmente no existen las condiciones para que pudiera tener como resultado la no contratación de ninguno de los candidatos. Si la anulación del voto se manejara como una opción real y todos los inconformes con los candidatos no se vieran en la necesidad de votar por uno de ellos y, además, los que tradicionalmente no votan (lo que es el abstencionismo) la utilizaran, el resultado podría ser muy significativo, porque hablar de un 30–40% de anulación, si no es que más alto, pero con sufragios emitidos, haría más que evidente la inconformidad de una importante proporción del electorado en contra de los partidos, sus plataformas, sus programas, sus candidatos y sus formas de gobierno y, lo más importante, si alguien resultara ganador, tendría que gobernar con la pesada carga que significa un muy bajo grado de representatividad. Exigiría una actuación muy acertada para ganarse la voluntad de las mayorías.

Me he preocupado por entender por qué la cancelación del voto no es bien vista como opción válida por muchas personas. ¿Es apatía? ¿Se trata de un respeto irrestricto a la norma? Después de analizar el caso y las personas que eso me han argumentado, pienso que no es por ninguna de estas causas. De hecho estas personas estaban en contra de López Obrador o a favor de Calderón, y entonces llego a la conclusión de que más bien tienen temor de que una actitud generalizada de este tipo pudiera hacer ganar a un candidato que no es de su preferencia. ¿Por qué? Porque si cada candidato sólo cuenta con su voto duro y los votos “no duros” se fueran a la cancelación, el resultado se inclinaría más hacia Madrazo y López Obrador. Madrazo cuenta con fuerte apoyo en zonas rurales donde más que él, lo que cuenta es el PRI, por el enraizamiento que este Partido logró en 70 años de dominio. López Obrador podría contar con el voto de los marginados urbanos y los mayores de edad. En cantidad esta población es mayor que la que apoya a Calderón, que son en general gentes de más recursos, urbanas tradicionales. López Obrador está a favor de los pobres y en México hay alrededor de 60 o 70 millones; esta proporción se reflejaría seguramente en la de los ciudadanos votantes. La cancelación del voto sería fundamentalmente voto útil desviado de Calderón.

Independientemente de lo anterior, el hecho es que la población en general no ve hoy en día la anulación como una opción real; no hay cultura del voto, mucho menos de la anulación. Tampoco está prevista en la normatividad. Esto implica que en las circunstancias actuales la consecuencia inmediata de la posición de la anulación del voto, fuera de una manifestación personal de descontento, sería nula. El efecto podría ser imperceptible en los números globales.

Lograr algo en este terreno a estas alturas resulta muy difícil porque habría que convencer a mucha gente. Más bien se requeriría que la legislación electoral contemplara un evento de esta naturaleza, es decir, que le diera alguna validez a la anulación, por ejemplo, que con determinado porcentaje de votos anulados (y de abstención) la votación se tuviera que repetir. Sería esto algo por lo que habría que luchar en el futuro inmediato.

El modelo alternativo
Volviendo al asunto de la decisión del voto, si finalmente me convenciera de que la anulación no es una opción válida en esta ocasión, no me quedaría otro remedio que decidirme por uno de los tres candidatos que van a la delantera en las preferencias. En este caso sería necesario borrar de mi cabeza todos los juicios (que ya dejaron de ser prejuicios) que tengo sobre ellos y atender solamente a la expectativa que pueden ofrecer conforme a sus planteamientos, su idiosincrasia y su ideología, lo que implica correr un enorme riesgo porque se que ninguno de ellos garantiza plenamente lo que ha prometido.

Ante esta situación, el único elemento válido que puedo utilizar para determinar por cuál de ellos votar es identificando el aspecto que considero crucial para nuestro presente y futuro como país, como sociedad y como persona, y analizando con cuál de los tres candidatos habría alguna probabilidad de que éste fuera satisfecho. Si tengo que elegir y para ello tengo que taparme los ojos y los oídos para no ver ni escuchar a candidatos que jamás han demostrado una aptitud para gobernar a México, tendré que votar por la posición que me abra un resquicio por donde entre una luz de esperanza de alguna mejoría de una situación que considero intolerable.

El mayor riesgo para México (y el Mundo) hoy en día, y desde hace mucho tiempo, es la inestabilidad social provocada por los altísimos y crecientes niveles de miseria y desigualdad en que vive una gran proporción de la población, la mayor parte. Es improrrogable hacer algo para revertir esta situación lacerante, ofensiva, inhumana, execrable. La miseria en México y en el Mundo es una ofensa a la dignidad humana. Esto lo debo entender y aceptar por cualquiera de dos vías: por razones egoístas, conveniencia y seguridad propia, o por razones humanitarias, morales y de convicción. Cualquiera que sea mi posición, resulta ineludible afrontar la realidad y es urgente darle solución. Al igual que los terremotos, no es posible predecir un estallido social, pero sí puedo suponer, sin temor a equivocarme, que mientras más tardemos en encontrar una fórmula para, al menos, revertir la tendencia con soluciones y no con paliativos, más cerca estaremos de una confrontación violenta proveniente de los sectores más desfavorecidos de la población. Y aún cuando no se cerniera esta amenaza apocalíptica, por razones meramente humanitarias, debería convencerme de que tengo que estar dispuesto a hacer algo efectivo.

¿Cuáles son las opciones para que surja esa fórmula? ¿Puede el actual modelo imperante resolver el enorme rezago? Ninguno de los sistemas que han operado a lo largo de la existencia de la humanidad ha funcionado debidamente en cuanto a lograr la equidad entre los hombres. Ya en la Era Moderna, colonialismo, capitalismo, imperialismo, comunismo, socialismo, y el más actual, el neoliberalismo y su consecuencia internacional, la globalización, no han derramado beneficios a la mayor parte de la población. Han ofrecido resultados favorables, pero solamente a minorías y son estas minorías favorecidas las que no sólo defienden a ultranza el sistema sino que lo refuerzan día con día. ¿Por qué no han funcionado esos sistemas? Porque en su esencia llevan su fracaso, porque se han deshumanizado, exacerbando el egoísmo natural del hombre y basando su operación en la concentración de la riqueza y en la supremacía de las ganancias. El comunismo, que fustigó al capitalismo por estos excesos, terminó haciendo lo mismo sólo que alrededor del estado en vez de con los particulares.

Después de meditar mucho sobre las perspectivas que nos brinda el modelo vigente globalizador, me convenzo de que no puede ser el camino adecuado, por muy buenas intenciones que se tengan o se crea tener, porque estoy seguro de que hay personas de buena fe que lo creen. Definitivamente no constituye la vía para erradicar la miseria. Puede ser una buena opción para muchos, y para mí en lo personal, porque nací en él y me he desarrollado y beneficiado de él, pero solamente mi egoísmo me haría creer que es la solución para millones de personas que subsisten en las condiciones infrahumanas que el modelo les ha tendido como trampas.

Repienso el tema porque veo que la mayor parte de las personas a mi alrededor concuerdan con él, lo aceptan, algunos con reservas y otros hasta lo defienden denodadamente. ¿No estaré equivocado? ¿No estaré asumiendo una posición ideológica sin sustento? Si no me resulta fácil convencerme, más complicado será convencer a los demás, particularmente cuando nos hemos visto beneficiados por el sistema y más aún todavía cuando no se vislumbran otras opciones claras, diferentes, que no sean las que ya hemos vivido o conocido en carne propia o en otros países con rotundos fracasos.

Esto es lo que en realidad hace muy difícil avanzar en la línea de buscar un camino diferente, porque las presiones del medio son lo suficientemente fuertes como para que nos haga preferir la vía fácil de seguir los dictados de la moda, del mundo moderno, de la globalización, del progreso, o de cómo quiera llamársele a esa fuerza demoledora, o aún más simple, de seguir mi conveniencia personal. ¿Cómo convencer de que se trata de una quimera?

Medito más sobre ello y me percato de que para reconocer plenamente los defectos del sistema y apreciar lo apabullante, dominante y asfixiante que puede ser, es indispensable entender su naturaleza. Generalmente no lo hacemos, por desconocimiento o por comodidad, o ambas. Hay que revisar la historia de la humanidad no como novela épica que nos emociona sino como recuento de las flagrantes violaciones de los derechos humanos escudadas en falsos héroes epopéyicos; hay que desenmarañar el entretejido de los imbricados intereses de líderes de potencias y de grandes corporaciones en vez de reverenciar a los 500 personajes de la industria, la política y las artes que enaltecen los medios; hay que desmenuzar las implicaciones reales de las prácticas comerciales en los países y en los trabajadores que las produjeron sin quedarnos solamente en su comportamiento estadístico; hay que escudriñar el condicionamiento que la operación de las bolsas de valores impone sobre la actuación ética de las empresas al tener como medida suprema de su eficiencia a la rentabilidad. Todo esto y muchas otras cosas es necesario conocerlas y comprenderlas a fondo, para no caer en el engaño o quedar en la superficialidad de las expectativas e imágenes que nos proyectan medios, gobiernos y organizaciones preservadores de los privilegios del status quo.

Pero además, entender lo anterior no es suficiente, hay que recordarlo, hay que asimilarlo y tenerlo presente en nuestros juicios. Es un hecho que todos vivimos y sabemos de estas condiciones, pero no necesariamente somos conscientes de ellas, no las asimilamos, tendemos a verlas como historia lejana, como anécdota de terceros, como algo que a nosotros nunca nos va a afectar, siendo que, sin darnos cuenta, vivimos afectados por ellas y formamos parte de la corriente que arrastra. Es decir, no aprendemos de ellas para corregir nuestro rumbo, por el contrario, nos perfilamos más hacia ellas obteniendo quizá las prebendas ofrecidas, pero sin fijarnos en las distorsiones sociales que con ello estamos provocando.

No es sencillo lograr este entendimiento, pero quienes nos hemos beneficiado del modelo lo podemos hacer, tenemos responsabilidad de hacerlo como seres privilegiados que somos.

En este esfuerzo de meditación he recordado mis estudios de la carrera de economía, mis clases de historia económica, mis cursos de sociología del desarrollo, doctrinas económicas y modelos de desarrollo, mis experiencias de múltiples viajes, mis lecturas de análisis serios sobre las condiciones y problemáticas del desarrollo y de la operación de las empresas transnacionales, mis pláticas y reflexiones con personas que han conocido o vivido las experiencias del subdesarrollo, mi participación en reuniones de Naciones Unidas sobre comercio y desarrollo, mi investigación de maestría en Inglaterra sobre el comercio internacional, entre otros muchos elementos, y refuerzo mi convicción de que este modelo, por mejor manejado que esté, no conducirá a la solución estructural de la erradicación de la miseria.

Sin este conocimiento y entendimiento, sin una asimilación que nos de la sensibilidad para comprender la miseria y a quienes la padecen, sin una conciencia de nuestra responsabilidad social, no por ideología política, ni siquiera por convicción religiosa, sino llanamente por calidad humana, resulta muy difícil que aceptemos otro camino quienes nos hemos visto beneficiados por este status quo, máxime si percibimos un riesgo de que podemos perder lo que hemos obtenido. He platicado también con muchas personas sobre todo esto y me he percatado de que es muy difícil aceptar la incapacidad del modelo neoliberal para producir los resultados que se requieren. Pero encuentro que lo más contundente son los hechos, que muestran un mundo cada vez más depauperado. En segundo lugar, veo la necesidad de insistir en el objetivo central, que es el ser humano y más particularmente, la erradicación de la miseria; no es el control de la inflación, el equilibrio de las finanzas, la estabilidad de los mercados de capitales, que son medios y son muy importantes pero no son objetivos; en la estrategia, que es conciliar, no negociar, y en el criterio central que debe regir todas las acciones, que es la equidad, no la rentabilidad. Y en tercer lugar, quizá la condición más difícil de superar, es el egoísmo natural del ser humano, que le impele a ver únicamente por sus propios intereses y no los de los demás. Aquí yo me hago un examen de conciencia peguntándome si sería capaz de aceptar que un mayor bienestar para muchos millones de personas necesariamente implica un bienestar menos alto para mi o una reducción de los privilegios que disfruto. Y no hablo de eliminación, sólo reducción. Si verdaderamente estoy dispuesto a asumir este costo personal, entonces estaré preparado para entender por qué necesitamos otro modelo que no sea el neoliberal.

A mi me queda claro que si persiste este modelo, no me quedará otro remedio que conformarme con descargar mi conciencia haciendo aportaciones al Teletón y a la cuenta que recabe fondos para el último desastre natural, heredando a mis hijos la bola de nieve que tarde o temprano caerá sobre la villa en forma de alud.

En este momento me vienen a la mente dos vivencias que de alguna manera me confirman la ineludible necesidad de cambiar de modelo. Una la tengo todos los días. Me duele y me molesta ver en prácticamente cada semáforo de la Ciudad a uno o varios pordioseros que me hacen reflexionar que ya no se trata solamente de los problemas de hambre, salud, vivienda o educación que padecen esas personas, sino de esa pérdida de dignidad que se funde en la cultura y nos hace verla, a ellos y a los que observamos, como algo normal o natural de nuestra idiosincrasia, lo que se traduce en una pérdida total de sensibilidad.

La otra vivencia es un viaje que realicé recientemente a Nicaragua la cual, quitando lo caluroso de sus gentes y el esplendor de sus paisajes, me hace revivir la profunda tristeza que me produjo palpar su miseria material, pero más que eso, el no poder percibir un asomo de esperanza en una expectativa de evolución positiva: inmersos en luchas de poder político, corrompido con poder económico; dominio de grupos de poder que no ven por las mayorías; ingerencia abierta del gobierno de Estados Unidos en asuntos internos del país a través de su Embajada; desviación de los escasos recursos disponibles; falta de educación y cultura; carencia absoluta de líderes honestos con visiones de país y de futuro; en proceso de negociación de un tratado de libre comercio con Estados Unidos que les impone las condiciones que nosotros ya experimentamos, como la apertura comercial irrestricta y aspectos que parecen triviales pero que trastocan su dignidad humana, como el cambio de horario de verano, y con el mismo argumento que nosotros conocimos muy bien, el ahorro de energía eléctrica, minando la poca unidad que pudiera quedar con sus países hermanos del resto de Centroamérica. Es como estar viendo cómo se hace realidad en otro la película de terror que ya vimos.

La miseria no se erradica con paliativos ni con programas de segunda generación, como pomposamente los denominan los analistas del Consenso de Washington, que proponen programas especiales para corregir las distorsiones generadas por las primeras reformas. El grueso de la miseria no es resultado de medidas mal aplicadas, es el producto del modelo mismo. Por ello no bastan las llamadas reformas estructurales que muchos toman como razón o pretexto de no haber avanzado en el país en el actual sexenio. En pocas palabras, se requiere que el modelo no produzca miseria, no que la corrija, porque por naturaleza no lo puede hacer.

Si finalmente llego a aceptar que el modelo vigente no es el idóneo para resolver tan ingente problemática, la siguiente pregunta que me hago es; ¿Existe o puede haber un modelo alternativo que brinde la expectativa de una solución efectiva? ¿Quién lo ofrece? Desde luego no puede ser ninguno de los que hemos experimentado o conocido; quizá tampoco se trate de un nuevo modelo radicalmente diferente a lo que hemos visto. Quizá se trate solamente de aplicar valores, de asimilar realidades y de sensibilizar mentes, aunque el solamente no implique que sea algo simple y sencillo, pues los aspectos que tienen que ve con la mente son de un alto grado de complejidad.

Yo pienso que lo que México necesita es un modelo que ponga al ser humano como su objetivo central. De hecho esto es lo que necesita el Mundo entero. No me parece nada fácil hacer esto; se requiere liderazgo, honestidad, convicción, visión de presente y de futuro. Pero tampoco me parece imposible. Si el hombre ha llegado a escudriñar la vastedad del macrouniverso y los resquicios del nanouniverso, no veo por qué no pueda lograr algo que es por su propia supervivencia y como un compromiso con su propia naturaleza.

En este momento volteo la mirada hacia los tres candidatos para identificar si alguno me ofrece claramente una opción válida para lograr ese objetivo tan escurridizo, tan aparentemente inalcanzable. A partir de aquí siento conveniente hablar, más que de los candidatos en forma individual, de los binomios partido-candidato, porque no obstante la lejanía y el resquebrajamiento que pueda haber entre candidatos y partidos y dentro de éstos, muestran una visión más precisa de lo que son y representan: no es el candidato o la persona aislada, sino su entorno el que los define mejor.

El PRI-Madrazo contribuyó a consolidar un sistema ineficiente, corrupto, clientelar, cortoplacista. Independientemente de que le crea o no que tiene intenciones de superar las principales lacras de nuestra situación, no le he escuchado ningún planteamiento con el que explique cómo va a dar el salto cualitativo y hacia dónde, cómo va a romper las ataduras con un sistema de 70 años de maduración que demostró no solamente no ser capaz de sacar de la miseria a millones de compatriotas sino que en buena medida los produjo.

El PAN-Calderón representa la actitud típica egoísta de sectores que desde siempre solamente han visto por sus intereses, sea desde el PRI, cuando no había PAN o era incipiente, y ahora también desde el PAN y ya en el poder. Su postulado ha sido claro, explícito y contundente: continuidad en la política económica, economía de mercado, finanzas equilibradas, inflación controlada. Aun cuando nadie puede ir en contra de estos planteamientos, me queda claro que no están orientados hacia el objetivo central que es el ser humano, que no plantean la conciliación de intereses y que no se basan en equidad, por lo que frente a esto, sus lemas como “Presidente del empleo” suenan huecos, falsos, meramente publicitarios. Y no implico con esto que Calderón sea un tipo diabólico que esté fraguando cómo dañarnos o hundirnos. Simplemente es su visión que tiene un alcance muy limitado. Es como pretender construir un mueble contando solamente con un martillo, un desarmador y una segueta; tal vez logre hacer algo que semeje un mueble pero nunca será un verdadero mueble.

El PRD-López Obrador es el único binomio que ha abierto esta opción de un modelo económico alternativo. Sin embargo, el mérito que percibo en su propuesta no es el contenido, porque no es claro, preciso o contundente, sino solamente el reconocimiento explícito y reiterado de que el modelo vigente es inefectivo para resolver muchas de las carencias que vivimos. Me estremezco cuando recuerdo que fue el discurso básico de campaña de Vicente Fox y ahora veo con decepción lo que hizo y lo que dejó de hacer. Puedo ser objeto de otro engaño. Pero es esto todo lo que tengo para sustentar mi decisión: una promesa de campaña, un acto publicitario, un lema atractivo, una convicción política, no lo se, no tengo elementos para afirmar cuál de ellos es su verdadero sustento. Y suponiendo que fuera una convicción; ¿Tendrá la capacidad para hacerlo o para siquiera intentarlo? ¿Cuenta con la gente que piense y actúe igual o en concordancia con él para buscarlo? ¿Cómo lo haría? ¿Sería una vuelta al populismo como dicen sus detractores? ¿Realmente aplicaría los valores correctos? ¿Qué atención daría a la corrupción? ¿Qué lugar efectivo tendrían la educación, la tecnología y la infraestructura entre sus prioridades? ¿Qué liderazgo y visión de estado tendría para construir una alianza nacional?

¿Qué me está ofreciendo en realidad en este momento? ¿Una luz, una esperanza, una expectativa? Se que es factible construir un modelo alternativo, sin que sea éste extremo, contrapuesto, radical, destructivo. Sin embargo, la solución de López Obrador es para mí una incógnita, un riesgo. De votar por él no sería un voto útil sino, en todo caso, un voto de confianza. De correr este riesgo, me surge, como reflexión complementaria, el compromiso que tendría que asumir como parte de la sociedad civil de vigilar, exigir, propugnar, encauzar y apoyar el cumplimiento de esta oferta. Cada vez la sociedad está participando más activa y efectivamente en las decisiones gubernamentales, lo cual no es solamente un derecho sino una obligación. Esta expectativa podría darle un tinte de seguridad a esta opción. Sin embargo, aún después de estas cavilaciones no puedo evitar la tentación de volver a la consideración de la opción de la anulación del voto.

¿Tú qué piensas?